IV Domingo del tiempo ordinario
Es el 4º domingo del tiempo ordinario. Comenzamos a leer el sermón del Monte: concretamente, el texto de las bienaventuranzas. Estamos ante lo que los estudiosos llaman «un texto mayor»: un texto que se nos ha hecho familiar por la importancia que se le ha dado siempre y la huella que ha dejado en la comunidad cristiana. A lo mejor no lo llevamos muy en el corazón, pero sí que sabemos que se trata de algo de relieve, algo que debemos meditar, a lo que dar vueltas y orar sobre él.
Las lecturas de hoy están dirigidas a todos los que buscan al Señor con un corazón sincero. A todos debe llegar la exhortación del profeta Sofonías, que llama a los humildes del país a buscar la protección del Señor: este mensaje llenó de esperanza al pueblo. En esta actitud deseamos ponernos al comienzo de esta Eucaristía y oír la lectura de la carta de Pablo y la proclamación de las bienaventuranzas. Invitación a ser profundamente felices, a ir descubriendo cómo se puede ser dichoso, tener felicidad y reconocer en esta felicidad el don gratuito de Dios en nuestra vida.
Somos muchos los que necesitamos pararnos en la carga evangélica de las bienaventuranzas. Somos muchos los que necesitamos oírlas, familiarizarnos con ellas y saber traducirlas con precisión y aplicarlas con sabiduría.